08 febrero 2009



Obra pública, negocio inminente.


Ginés de Quintana Cabrera
Concejal de AC25m en Arrecife


En estos días, por lo de la crisis, se oye hablar muchísimo de la necesidad de que la obra pública amortigüe, en lo posible, el desbarajuste de la inversión privada, sobre todo, en el campo de la construcción. Se pide ahora que seamos, todos los que pagamos impuestos, los que arrimemos el hombro para ayudar a aquellos que nos sablearon con los precios de las casas y a los otros que nos dejaron endeudados, hasta los ojos, durante cuarenta años, con hipotecas abusivas.

Bien, pongámonos en el caso de que sea cierto este esfuerzo por parte de todos. ¿Quien tendría la obligación de velar porque la iniciativa pública sea verdaderamente bien empleada por los empresarios del ramo?, ¿Quién debería velar porque estas obras se hagan con el mayor rigor?, ¿Quién tendría que velar porque estas nuevas infraestructuras den el máximo “beneficio social”, en el futuro? ¿Quién?

La respuesta es clara, los que han asumido voluntariamente la responsabilidad de gobernarnos en las distintas entidades públicas. Solo ellos y no la oposición, como justifican siempre, sobre todo, los más mediocres.

Hasta ahora han demostrado lo contrario. Lo único que les ha interesado es la obra física, la construcción de las infraestructuras. Para esto si se han vuelto locos en buscar los recursos económicos en donde sea. Han abierto las gavetas de las justificaciones para “vender” bien las bondades de las mismas. Se han convocado los preceptivos concursos de ideas. Han ajustado los presupuestos iniciales para que la propuesta “sea la más barata”. Se han adjudicado, casi siempre a los mismos y, luego, cuando han iniciado la obra, se les ha olvidado algo que ha “obligado” a ampliar la partida. Luego, unos cuantos paseos con los cascos blancos y muchas, muchas fotos de estas visitas. Y, cuando por fin se terminan, se han inaugurado y reinaugurado, unas cuantas veces, sobre todo, en época electoral.

Terminado esto, y salvo que hayan encontrado a alguien para privatizar su gestión, ya no les importa nada que se usen o no. Ahí quedan, cual acueducto romano, como vestigio de una época en la que el despilfarro fue su principal característica.

Ejemplos tenemos muchos, el Teatro del Conservatorio, la guardería infantil de San Francisco Javier, las instalaciones del Islote de la Fermina, el Centro Cívico…

Tiene que llegar el día en que la prioridad sea el “beneficio social” de las infraestructuras. Que se ejecuten las mismas con cabeza, pensando en el bien que les va a suponer a sus usuarios, y no en la maldita peseta, perdón, en el maldito euro. Eso si, tenemos que tener claro que para que llegue ese día no podrán estar en las responsabilidades de gobierno las mismas personas que, hasta hoy, han estado involucradas en las mismas.

Solo espero que no tengan la desfachatez de volverlas a reinaugurar en las próximas elecciones de 2011. Al tiempo.


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