25 enero 2008

CARTA DE SERRAT A MONTEVIDEO

"Recordar. Del latín re-cordis. Volver a pasar por el corazón".(Eduardo Galeano).


Para los que no están y siempre echaremos en falta.

Querido Montevideo:Ayer hablé por teléfono con Galeano y me contó que el tiempo estámuy inestable por ahí. El invierno empieza a mostrar su cara de paloy los plátanos de sombra ya están arreglando sus cosas antes deecharse a dormir. Cuando nos vimos las caras por primera vez,Montevideo, verdeabas por los cuatro puntos cardinales y lasmuchachas se desparramaban adormiladas en los pastos del ParqueRodó, robándole el brillo al Sol del mediodía para llevárselopuesto. Era noviembre de 1969. Aquel año fue el primero de mi vidaque tuvo dos primaveras. Viajé desde Buenos Aires con EdmundoRivero, el de las manos como capazos y la voz de trueno; con élcompartía cartel en el Parador del Cerro. Vine para un par de días,con urgencias, como siempre, y, nada más llegar, después de atenderun par de periodistas tan convencidos como yo de lo efímero deléxito, en especial el mío, salí del hotel con la intención de bajaral puerto a cumplir con una antigua promesa: encontrar la sombra
perdida del Graf Spee. De niños, el Tito y yo, conmovidos por elheroísmo de aquellos marineros, rubios como la cerveza, que hacíande buenos en la película, nos juramentamos, al salir del cine, que,en cuanto fuésemos mayores, iríamos a Montevideo a echarles una mano a aquellos desventurados tipos, aunque fuesen alemanes; así queaprovechando la ocasión, aun a sabiendas de que era demasiado tardepara hacer nada por ellos, eché a andar con moderado entusiasmo alencuentro de mis fantasmas infantiles. De cualquier modo, aunque nosacase nada en claro del Graf Spee, siempre me quedaba el Titoquien, en nuestra anual conversación en el bar Juanito, escucharíageneroso el relato ampliado y aderezado de este rescate derecuerdos. Pero tú querías llamar mi atención con otras cosas,Montevideo.

Querías que te viera, que me fijara en ti, que me dejara de pavadasde Graf Speeses y marineritos heroicos y que me enredase en tusredes. Por eso abriste para mí la cajita de los asombros y, justo al salir del hotel, aprovechando mi torpeza habitual, me hiciste pisaruna bosta de caballlo en la puerta del Hotel Victoria Plaza, antesde Moon. Yo, que había salido a buscar perfumes de niñez me di demorros con ella. Qué admirable y qué insólito se veía en el asfaltoaquel trofeo verde y oro. No por el hecho en sí, claro, no por ellugar elegido por el animal para cagar, sino porque aún rondas encaballos por el centro. Aquella bosta le dio una vuelta de tuerca al destino. Me devolvió a los cuarteles de invierno de los años idos.Encendió mi curiosidad empujándome a buscar debajo de tu vestido. Me llamaste y yo atendí y me dejé llevar.
Olvidé el asunto del Graf Spee y a Tito. Olvidé el programaprevisto. Incluso olvidé una visita concertada al EstadioCentenario – por cuyas tripas, si uno le pone atención, al atardecer, se escucha el tintineo metálico de los tacos – y caminé a dondequisieron llevarme mis zapatos. Como un gurí por la murga, me dejéllevar por calles engalanadas de forchelas; calles en las que aúnestaba caliente el recuerdo de Xirgú y donde los diarios voceabannombres desconocidos que iban a tardar poco en sermecotidianos; calles que aguardaban todo el año la vuelta del Carnaval, agotadas sus existencias de longanizas para atar perros; veredas por las que los hinchas de Nacional caminaban agrandados con títuloslibertadores e intercontinentales bajo el brazo como quien se exhibe con el termo para cocer el mate de la gloria.El termo. ¿Quién dijo el termo? El termo y el hombre. El termo y lacancha. El termo y Dios. Qué insólito espectáculo, querida, paraunos ojos profanos, contemplar a unos ciudadanos comunes, en sumayoría tipos respetables, yendo y viniendo de sus quehacerescotidianos con ese artefacto que uno cree reservado a situaciones de emergencia, con la mayor de las naturalidades, enganchados a él como un yonki a la heroína. Aun reconociendo el aporte tecnológico que el termo representa para la cultura de la yerba, no deja de serchocante para unos ojos profanos, repito.

Aquél día, caminé tus calles como nunca he vuelto a caminarlasmientras tú, Montevideo, hacías todo lo posible por deslumbrarme.Unas veces de frente y otras por sorpresa. Me llevaste a comer
achuras al Mercado del Puerto, nos tumbamos en la tarde de Pocitos y juntos amanecimos en el Cerro. Me trajiste a Alfredo y a Daniel y al loco del Sabalero y a la dulce Vera y yo te llevé conmigo al Este, a comernos las noches con Nana, con Manolo, con la Camerata. Megustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más tardecuando me enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a micasa con lo puesto. Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnestorturadas; ahí te conocí, Montevideo; ahí te sentí como algo mío, y ahí nos juramos amor eterno.

Joan Manuel Serrat

Colaboración de Luis Fernández.

No hay comentarios.: