PRIMER PLANO - Los rostros de la inmigración
La parcela de acá
Cuando Luz echa la persiana del bar, es Marcelo el que se levanta. Son las dos de la mañana. Ella guarda las tortillas de choclo y se va a dormir, él se despierta y marcha a repartir pan de puerta en puerta. Tres calles más arriba, en el mismo Arrecife, Michelín tramita un giro de dinero a la República Dominicana y Bachir recarga un teléfono móvil mientras bebe un té...
M. J. Tabar [Lunes, 10 de diciembre de 2007] [06.00]
Los cuatro se establecieron en Lanzarote hace mucho tiempo (entre 5 y 28 años), gobiernan un negocio y sufren el yugo del Euribor como todo aspirante a propietario de un inmueble. Marcelo tiene 45 años y nació al norte de Quito. En enero pagaba 700 euros al banco; once meses más tarde la hipoteca ha ascendido hasta los 1.000 euros.
Todo lo que saca despachando cafés, cervezas, tamales y guatita (el equivalente ecuatoriano de los callos, pero cocinados con maní) se le evapora al poco de cobrar. Con lo que obtiene en su bar hace la compra, paga el piso y mantiene a su familia de Ecuador, que espera su manutención creyendo que a este lado del océano “la plata crece en los árboles”.
Marcelo cumple con todas las obligaciones de un ciudadano canario y sufre los desaires de la economía con el mismo rigor. Pero no tiene derecho a participar, por ejemplo, en las elecciones,. No saldrá de su boca una queja. Todo lo contrario: agradece con vehemencia la acogida que le han brindado todas las personas que se ha encontrado.
Luz, su compañera, voló de Colombia hasta Pamplona. Objetivo: mejorar sus condiciones de vida. Abandonó la ciudad porque era incapaz de acostumbrarse al jersey de cuello vuelto y a la bufanda, a esa dictadura termométrica que condiciona las costumbres de un lugar. Recaló en Lanzarote y conoció a Marcelo.
“Las Navidades son las fechas más tristes”, murmura él, apoyado en la barra, mientras de fondo se escucha el guirigay de dos parroquianos que no se ponen de acuerdo con la quiniela. “Está toda la familia allá, y bueno...”.
Se detiene un momento y masca la siguiente palabra, con un nudo a la altura de la nuez y una película de agua en los ojos.
No es plato de buen gusto vivir tan lejos de su hija. “Tiene 18 años y no puede venir por reagrupación familiar; sólo si alguien le ofrece un contrato de trabajo”. Un cliente habitual, conejero y buen amigo, atiende la explicación y asiente en silencio.
Marcelo, siempre con la cordialidad a flor de labio, no deja pasar la ocasión para puntualizar dos cosas: “Los presidentes de Ecuador siempre nos mandan para acá”, dice, acusando a la clase política ecuatoriana de exprimir al pueblo con una gestión estilo sanguijuela. Aún así: “Hay que pensárselo dos veces antes de salir de allá. Uno no emigra por gusto”.
La mamá de Michelín Montero (él es el primero que bromea con su nombre: “Se creerían que venía un coche en vez de un niño”) vino a Lanzarote hace 12 años. El siguiente fue el marido, y poquito a poco “se trajo al resto de la familia”. Vivían en Santo Domingo (República Dominicana) y por aquel entonces, sólo se necesitaba un visado para viajar a España.
A Michelín le tocó otro capítulo muy distinto de la política migratoria. Vino hace 5 años y obtuvo una tarjeta de residencia, pero no un permiso de trabajo. Consulta el cambio de divisa en el ordenador y se encoge de hombros: “La Administración tendría que pensar por qué hace así las cosas. Permite la residencia, pero no te autoriza a trabajar. ¡Será para que la gente robe!”.
En el locutorio de Michelín, en la calle Cienfuegos, se escuchan retazos de conversaciones con el extranjero. Son llamadas
personales a Perú, Argentina, Colombia o Cuba (telefonear a esta isla cuesta 0,60 euros/minuto, la tarifa más cara) A principio y a final de mes, lo que más abunda son los envíos de dinero. Si se remiten más de 3.000 euros por trimestre, es obligatorio justificar la procedencia del montante (mediante una nómina, por ejemplo)
Es sábado por la tarde, y una chica dominicana, empleada en un hotel de Fuerteventura, entra para interesarse por el cambio: “¿Por 55.000 pesos cuánto me hace?”. Michelín teclea e informa: “Unos 1.154 euros”. Preferiría esperar a que el comportamiento de las divisas revalorizará sus euros, pero no lo hace. “Es urgente, lo necesitan mañana en la oficina de San Cristóbal. ¿Llegará?”. Así funciona mes tras mes. Se cobra, se aparta lo justo para vivir y se envía todo lo demás. Y vuelta a empezar de cero. “El coste de la vida sube otra vez”, canturrea Michelín con resignada ironía. “Igualito que la canción de Juan Luis Guerra”.
A Michelín le tocó otro capítulo muy distinto de la política migratoria. Vino hace 5 años y obtuvo una tarjeta de residencia, pero no un permiso de trabajo. Consulta el cambio de divisa en el ordenador y se encoge de hombros: “La Administración tendría que pensar por qué hace así las cosas. Permite la residencia, pero no te autoriza a trabajar. ¡Será para que la gente robe!”.
En el locutorio de Michelín, en la calle Cienfuegos, se escuchan retazos de conversaciones con el extranjero. Son llamadas
personales a Perú, Argentina, Colombia o Cuba (telefonear a esta isla cuesta 0,60 euros/minuto, la tarifa más cara) A principio y a final de mes, lo que más abunda son los envíos de dinero. Si se remiten más de 3.000 euros por trimestre, es obligatorio justificar la procedencia del montante (mediante una nómina, por ejemplo)
Es sábado por la tarde, y una chica dominicana, empleada en un hotel de Fuerteventura, entra para interesarse por el cambio: “¿Por 55.000 pesos cuánto me hace?”. Michelín teclea e informa: “Unos 1.154 euros”. Preferiría esperar a que el comportamiento de las divisas revalorizará sus euros, pero no lo hace. “Es urgente, lo necesitan mañana en la oficina de San Cristóbal. ¿Llegará?”. Así funciona mes tras mes. Se cobra, se aparta lo justo para vivir y se envía todo lo demás. Y vuelta a empezar de cero. “El coste de la vida sube otra vez”, canturrea Michelín con resignada ironía. “Igualito que la canción de Juan Luis Guerra”.
Bachir atiende a la clientela de su bazar, sentado en un taburete verde bien almohadillado. Sus 25 años de residencia en España han borrado cualquier residuo de acento árabe. Salió del Sáhara junto a un regimiento de amigos españoles cuando la Marcha Verde ocupó el territorio y lo convirtió en inmigrante político. Se licenció en Ciencias Políticas y vivió en el Madrid de la Movida, que recuerda como un momento histórico fecundo y explosivo. Como el descorche de una botella de champán.
Antes no existía la palabra avalancha asociada al fenómeno migratorio. Y el lugareño juzgaba según su experiencia personal en el trato con el recién llegado. Hoy en día las encuestas incluyen la inmigración como miedo comparable al terrorismo o al paro; y los medios de comunicación, opina Bachir, abren más la brecha social.
“En las joyerías no te quitan ojo y en las inmobiliarias se frotan las manos cuando te ven”, apunta un amigo de Bachir. “Bin Laden mata a cinco y te ponen cinco puntitos en la espalda. La gente no sabe que Bin Laden empezó a matar en nuestra tierra, que también nosotros lo hemos sufrido”, añade otro compañero, de oficio empresario. Molesto por cierto con las agrupaciones empresariales de Lanzarote, porque “no avisan a los socios inmigrantes de las votaciones”.
Bachir saluda a un cliente y apuntilla con sosiego: “Ahora me cuesta mucho más integrarme que en Lanzarote de hace 12 años. Me cuesta y, de hecho, no quiero hacerlo. Hay personas que se creen dueños de esta parcela de tierra, que no son conscientes de que la heredaron de otros y que mañana probablemente serán otros quienes la hereden”.
Antes no existía la palabra avalancha asociada al fenómeno migratorio. Y el lugareño juzgaba según su experiencia personal en el trato con el recién llegado. Hoy en día las encuestas incluyen la inmigración como miedo comparable al terrorismo o al paro; y los medios de comunicación, opina Bachir, abren más la brecha social.
“En las joyerías no te quitan ojo y en las inmobiliarias se frotan las manos cuando te ven”, apunta un amigo de Bachir. “Bin Laden mata a cinco y te ponen cinco puntitos en la espalda. La gente no sabe que Bin Laden empezó a matar en nuestra tierra, que también nosotros lo hemos sufrido”, añade otro compañero, de oficio empresario. Molesto por cierto con las agrupaciones empresariales de Lanzarote, porque “no avisan a los socios inmigrantes de las votaciones”.
Bachir saluda a un cliente y apuntilla con sosiego: “Ahora me cuesta mucho más integrarme que en Lanzarote de hace 12 años. Me cuesta y, de hecho, no quiero hacerlo. Hay personas que se creen dueños de esta parcela de tierra, que no son conscientes de que la heredaron de otros y que mañana probablemente serán otros quienes la hereden”.
Fuente: diariodelanzarote.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario