03 noviembre 2006

Carta abierta: A Don José Luis Rodríguez Zapatero


ELEUTERIO FERNÁNDEZ HUIDOBRO.
SENADOR
Querido paisano:
Corría la década de los años cincuenta y el tío Ramón llevaba ya muchos en Uruguay desde que con mi abuelo vino en busca de trabajo.

Les había ido bien y, con el sudor, fueron trayendo, desde 1910 en adelante, a mi abuela y a sus otros siete hijos e hijas entre las que vino mi padre con mi madre que arrebujaba en sus brazos a mi hermana mayor recién nacida. En total trece personas (porque con una tía vino también su marido).

Melgar de Arriba, Tierra de Campos, Valladolid, y hasta España eran lugares, para nosotros, los que fuimos naciendo en Montevideo, de fábula.
Gracias a esa peripecia, hoy lo sé, en la escuela tuve muy pocas faltas de ortografía.

Asunto sorprendente para mis maestras y compañeritos: yo sabía qué palabra iba con "c" y, proeza insuperable, con "z".

Hazaña ciclópea para un niño en un país donde todas ellas vienen con "s".
También llegaba a saber ­ nadie imaginaba cómo ­ cuáles iban con "ll" donde todas las palabras, absolutamente, van con "y" que, para colmo, se pronuncia "sh".

Lo insuperable fue, años más adelante, la mágica facultad de saber conjugar verbos sin aprender, de memoria, cuándo debe decirse "sabéis" y cuándo "vosotros". Palabras estas absolutamente en desuso en toda la cuenca del Río de la Plata que es la mayor del mundo. Tanto como la sencilla palabrita "tú" (que acá es "vos").

La segunda persona del singular y del plural, en todas las conjugaciones verbales es, hoy mismo, un endiablado problema en estos lares.
Acá se dice: "vos comés" y "ustedes comen". Jamás: "tú comes" o "vosotros coméis".

Yo lo sabía sin llevarlo anotado en un papelito para leerlo sin que los profesores vieran. Como hace todo el mundo. Faltaba más...

En mi casa mamaba el idioma intacto. Importado "de origen". Como ciertos aceites de oliva.

Mi padre y mi madre escribían mal pero hablaban bien.
Los Presidentes de estos países escriben bien --de memoria ­ pero verás que hablan horrible.El idioma llora y, tengo para mí, que ante ciertas avalanchas, importa consolarlo cuanto antes.

Lo cierto es que el tío Ramón, decano de la familia después de mi abuelito, había ido postergando su visita a Melgar teniendo recursos y muchísima gana de hacerlo.

Como casi todos postergamos hoy, esa cantidad de promesas que nos hacemos y, al fin, como decía Lennon, "la vida pasa mientras estamos ocupados en otra cosa".

Era yo muy niño pero igual lo supe: el tío Ramón estaba gravemente enfermo. Los mayores creían que los niños no sabíamos pero los niños, simulando no saber, le hacíamos creer a los mayores que no sabíamos, pero sabíamos.

Hoy sé que Ramón era todavía joven cuando ese cáncer le cayó implacable.
Hasta hoy, en mis oídos, medio siglo después, llegan nítidos, los golpes interminables de la cuchara en el plato.

Ya perdida la razón, y cada día mas flaco, y chiquito, el corpulento tío Ramón, pasaba horas en su mecedora, golpeando un plato con su cuchara, pared por medio de mi casa.

--¿Qué es eso Tío?-- le pregunté un día, a solas.

--Son las campanas del pueblo-- me informó sonriendo plácidamente.

--¡Qué lindo que suenan!-- le dije convencidísimo. Tanto como él.

Quiera San Bartolo, y lo quiera en estos días que se avecinan, que los mozos hagan voltear de alegría las campanas de Melgar de Arriba para que su tañido potente llegue a todos los Ramones y Ramonas que siguen acá.

Mi madre me enseñó desde que tengo memoria, a besar el pan cuando lo tirábamos con mucho cuidado, como si estuviera vivo, en la basura. Yo no la entendía y ella al principio solo me decía:

--Tú qué sabes hijo.

Y un mi amigo compañero de trabajo de los gallegos que llegaron a lo último, equivocados, buscando un país que ya empezaba a dejar de ser lo que fue, cuando le pregunté por qué se había venido, se quitó la camisa y me mostró el hombro donde los troncos le habían dejado para siempre unas horribles marcas.
No me dijo ni una palabra porque le temblaba la barbilla al ver mis ojos desorbitados.
Era duro como los árboles que le pusieron esas charreteras de Mariscal del trabajo pero casi no podía hablar de su Patria por los malditos nudos que le apretaban la garganta.
En esos casos cambiábamos la conversación y solía convidarme con un aguardiente que hacía en su casa con orujo: un fuego que quemaba nudos y le metía en el pecho un pedazo de su aldea fabricado en un apartamentito montevideano.
Hace poco, una tarde de Nochebuena, cierta viejecita me detuvo en la calle y hablando en gallego me preguntó, con evidente locura, dónde vendían las castañas. Costó muchísimo tratar de explicarle que no había castañas calientes, ni frías, en las esquinas de Montevideo y que ella estaba en Montevideo.

Cuando estuve muy preso, desahuciado diríamos, le dije a mi madre ya vieja, en una de las pocas visitas que la dictadura la dejó tener conmigo, que se volviera para Castilla.

--Tu papito está enterrado aquí-- me contestó.

Pero unos años después, ya liberado yo y en su lecho de muerte ella, me dio un gran rezongo:

--¿Y tú qué haces en Valladolid? ¡Vete a la trilla!

­ Y me fui nomás, obedeciéndola, a la trilla de mi madre por calles montevideanas.
En horas de Guerra Civil muy dura allí, los derrotados fueron recibidos acá como vencedores y en su casa. ¡Y vaya si aportaron al trabajo, a la ciencia y a la cultura de mi país!

Pero también en horas inmediatas de bloqueo para la España de Franco, cuando esos pueblos necesitaron pan, desde este estuario salió contra viento y marea, todo el trigo necesario. A pagar cuando se pudiera.

Pues bien: como surge de lo anterior, soy ciudadano español. La aldea de mis padres (Melgar de Arriba, Provincia de Valladolid) tiene sin embargo y a pesar de todo, senador en Uruguay.

Todo lo que trajeron mi padre y mi madre cuando llegaron fue una hermanita mía recién nacida y un baulito:

--Acá vino --decía ella-- todo lo que teníamos.

Nunca imaginé que pasados unos cuantos años el baulito volviera a su lugar de origen con la nieta y el biznieto recién nacido de mi madre, y mucho menos que no lo dejaran volver a su casa por falta de algún papel.

El pobre baúl no debe entender nada porque hay cosas en esta vida que no se entienden. Estamos desorientados. Jamás lo hubiéramos esperado.

Fraternalmente: tu paisano de Uruguay.

Senador nacional

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