RETRATOS DE MIGRACIONES
Por Matilde Gcía. Lasso
El día que Florencio, Rafael y Miguel vieron que sus padres los despedían desde lejos, corría el año 1917.
Habían decidido emigrar a Cuba para probar suerte, cansados de tantas miserias y calamidades sin tener esperanzas de un futuro mejor.
Su infancia y la primera juventud habían transcurrido así, mirando al cielo año tras año, esperando la lluvia como una novia infiel que llega cuando quiere y como quiere. Fue por el bien de toda la familia que se embarcaron rumbo a lo desconocido, sin alguna certeza de llegar. El viaje fue planeado en secreto ante el riesgo de ser detenidos, pues estaban en edad militar y la Gran Guerra Europea no había finalizado. Aunque España era neutral no había garantía de que eso continuara siendo así por mucho tiempo.
Con el primer rayo de sol emprendieron el camino que bajaba de la Villa de Teguise a la costa donde ya esperaba el barco. Tras un largo viaje lleno de penurias, por fin arribaron a La Habana. Enseguida entraron en contacto con inmigrantes canarios que los habían precedido y consiguieron un trabajo en la obra en construcción de la Quinta Canaria, un hospital privado que cincuenta años más tarde se convertiría en pabellón psiquiátrico estatal.
La vida era dura y difícil, trabajando en lo que nunca habían hecho, escribían a la familia y les mandaban algo de dinero. Pero Rafael y Florencio no conseguían adaptarse al nuevo país, extrañaban a los suyos y consideraban que ya habían ahorrado lo suficiente como para poder volver a Lanzarote. En cambio, Miguel, había conocido a una chica, Gregoria, hija también de inmigrantes canarios, se enamoró de ella y decidió quedarse, pues el futuro empezaba a desplegarse ante sus ojos.
Cuando terminó el trabajo en la construcción, aceptó un puesto de ayudante en el Central Azucarero San Germán, en la antigua provincia de Oriente. Allí tenía que hacer aquello que el personal especializado no hacía. Como todo inmigrante de cualquier época, cargaba con lo que nadie quería. Hacía recados, barría el suelo, alcanzaba una herramienta que se caía...Así durante tres años, que Miguel no desperdició, pues aprovechó para mirar y aprender. Cuando consideró que ya sabía suficiente se marchó a trabajar al Central Patria en Morón, aunque antes fue a casarse con Gregoria porque había llegado el momento de formar una familia en su nuevo país.
Y trabajó durante cincuenta años más llegando a jubilarse como maquinista, el cargo de más alto rango entre los obreros especializados. Allí nacieron sus tres hijos y también allí murió en el año 1976. Pero su historia no termina con la muerte, pues su sangre a través de sus descendientes, siguió fluyendo y dio de nuevo la vuelta en forma de emigración, otra vez.
Su hijo Segundo, sus nietos Segundo y Pepe, sus biznietas Ingrid y Mª Félix, llegaron a Lanzarote en sucesivos viajes entre 1992 y 1996, teniendo que someterse también a las injusticias que el mercado laboral impone a los inmigrantes, a pesar de ser cualificados profesionales universitarios.
En este último año 1996 nace Alejandro, hijo de Pepe y una conejera, convirtiéndose así en el eslabón que cerraba el círculo abierto por el bisabuelo, ochenta años atrás. Esta historia de migraciones será algún día tan habitual que para entonces no podemos mirar a los extranjeros como extraños que nos invaden, sino que nos alegraremos de ver cómo nuestros parientes lejanos vuelven a casa después de tanto tiempo.
Por Matilde Gcía. Lasso
El día que Florencio, Rafael y Miguel vieron que sus padres los despedían desde lejos, corría el año 1917.
Habían decidido emigrar a Cuba para probar suerte, cansados de tantas miserias y calamidades sin tener esperanzas de un futuro mejor.
Su infancia y la primera juventud habían transcurrido así, mirando al cielo año tras año, esperando la lluvia como una novia infiel que llega cuando quiere y como quiere. Fue por el bien de toda la familia que se embarcaron rumbo a lo desconocido, sin alguna certeza de llegar. El viaje fue planeado en secreto ante el riesgo de ser detenidos, pues estaban en edad militar y la Gran Guerra Europea no había finalizado. Aunque España era neutral no había garantía de que eso continuara siendo así por mucho tiempo.
Con el primer rayo de sol emprendieron el camino que bajaba de la Villa de Teguise a la costa donde ya esperaba el barco. Tras un largo viaje lleno de penurias, por fin arribaron a La Habana. Enseguida entraron en contacto con inmigrantes canarios que los habían precedido y consiguieron un trabajo en la obra en construcción de la Quinta Canaria, un hospital privado que cincuenta años más tarde se convertiría en pabellón psiquiátrico estatal.
La vida era dura y difícil, trabajando en lo que nunca habían hecho, escribían a la familia y les mandaban algo de dinero. Pero Rafael y Florencio no conseguían adaptarse al nuevo país, extrañaban a los suyos y consideraban que ya habían ahorrado lo suficiente como para poder volver a Lanzarote. En cambio, Miguel, había conocido a una chica, Gregoria, hija también de inmigrantes canarios, se enamoró de ella y decidió quedarse, pues el futuro empezaba a desplegarse ante sus ojos.
Cuando terminó el trabajo en la construcción, aceptó un puesto de ayudante en el Central Azucarero San Germán, en la antigua provincia de Oriente. Allí tenía que hacer aquello que el personal especializado no hacía. Como todo inmigrante de cualquier época, cargaba con lo que nadie quería. Hacía recados, barría el suelo, alcanzaba una herramienta que se caía...Así durante tres años, que Miguel no desperdició, pues aprovechó para mirar y aprender. Cuando consideró que ya sabía suficiente se marchó a trabajar al Central Patria en Morón, aunque antes fue a casarse con Gregoria porque había llegado el momento de formar una familia en su nuevo país.
Y trabajó durante cincuenta años más llegando a jubilarse como maquinista, el cargo de más alto rango entre los obreros especializados. Allí nacieron sus tres hijos y también allí murió en el año 1976. Pero su historia no termina con la muerte, pues su sangre a través de sus descendientes, siguió fluyendo y dio de nuevo la vuelta en forma de emigración, otra vez.
Su hijo Segundo, sus nietos Segundo y Pepe, sus biznietas Ingrid y Mª Félix, llegaron a Lanzarote en sucesivos viajes entre 1992 y 1996, teniendo que someterse también a las injusticias que el mercado laboral impone a los inmigrantes, a pesar de ser cualificados profesionales universitarios.
En este último año 1996 nace Alejandro, hijo de Pepe y una conejera, convirtiéndose así en el eslabón que cerraba el círculo abierto por el bisabuelo, ochenta años atrás. Esta historia de migraciones será algún día tan habitual que para entonces no podemos mirar a los extranjeros como extraños que nos invaden, sino que nos alegraremos de ver cómo nuestros parientes lejanos vuelven a casa después de tanto tiempo.
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PALABRAS DE FIDEL CASTRO A LOS INMIGRANTES CANARIOS.
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Villa de Teguise, lugar donde comenzó esta larga historia.
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2 comentarios:
SIMPLEMENTE BUENISIMO , LEER ESTAS HISTORIAS Y RELATOS DE NUESTROS ANTEPASADOS NOS ILUSTRA Y NOS HACE CRECER A NIVEL HUMANO , SABER DE DONDE VENIMOS ES BUENO ,PARA SABER ADONDE VAMOS .
FELICITACIONES MORALITO
PITINGO CHICO
Gracias Miguel, en el fondo es asi , es volver a encontrarnos con nuestros origenes.Con nuetra gente y lo que nos legaron.El final del articulo es muy emotivo.
un abrazo.
José.
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