21 julio 2006

ESPAÑA Y LA INMIGRACIÓN

LAS POLÍTICAS DE INMIGRACION DEBEN LLEVARSE A CABO CON LA CABEZA, BASTANTE CON EL CORAZÓN Y NUNCA CON LAS TRIPAS
Zapatero-inmigracion 17-09-2006.

Zapatero defiende política inmigración con cabeza, no con tripas.

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, defendió hoy, en su discurso de clausura de la Convención Política del PSOE, que las políticas de inmigración deben llevarse a cabo 'con la cabeza, bastante con el corazón y nunca con las tripas', sobre todo, dijo, 'con las de algunos'.
COMENTARIO: "Las políticas de inmigración hay que hacerlas teniendo en cuenta " la memoría histórica, las entrañas solidarias, la visión de futuro y sabor de boca que deja la multiculturalidad".

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COMUNICADO DE PRENSA ENTREGADO AL SR. JOSE LUIS

RODRIGUEZ ZAPATERO.
Islas Canarias, agosto de 2006.-


A todas las fuerzas políticas en general
y a las Canarias en particular:

Quienes suscriben, integrantes de asociaciones, comisiones y casas que agrupan ciudadanos uruguayos en todas y cada una de las Islas Canarias, desean expresar su preocupación por la dilación de las autoridades del poder ejecutivo español, en tomar una posición definitiva, sobre el tratado de Paz y Amistad que firmaron Uruguay y España en el año 1870, y que fuera ratificado en el año 1992.
“Este tratado no ha sido denunciado por ninguna de las partes, manteniendo su plena vigencia jurídica” (sic), tal cual lo expresa Don Eduardo Zaplana Hernández-Soro, Portavoz del grupo Parlamentario Popular en el Congreso, el día 20 de octubre de 2005. Generando por parte de éstos, una Proposición no de Ley, la cual reza: “El Estado español procederá al reconocimiento de los derechos singulares que el Tratado de 1870 reconoce a los uruguayos residentes en España mediante la aplicación directa de este convenio internacional o articulando mecanismos a pactar entre ambas partes, que signifiquen la aplicación extensiva de derechos respecto a lo actualmente aplicado por la Administración española a los ciudadanos mencionados”. El día 21 de diciembre del mismo año, fue tratado por la Comisión de Asuntos Exteriores, donde recibió el reconocimiento y aprobación por unanimidad, otorgándose un plazo de 4 (cuatro) meses, para expedirse y “resolver definitivamente el tema” (sic).
Hoy, a cuatro meses de la fecha en la cual el gobierno español se comprometió a expedirse, data que fue marcada por unanimidad, con la aprobación explicita de todos sus representantes políticos, sin excepción; el colectivo uruguayo continúa esperando. Espera y desespera, por que su situación continúa igual, y en algunos casos, peor. Espera y pregunta, ¿si existe un tratado vigente, el cual debería ampararnos del mismo modo que amparó a todos los españoles que recibió nuestro país?, ¿por qué es diferente para nosotros?, ¿dónde está la reciprocidad?. ¿Si un país piensa en crecer hasta convertirse en uno que sea capaz de enorgullecer y enorgullecerse?, ¿sobre que bases, si no las del respeto, la fraternidad y la equidad debería estar construido?. ¿Si se habla de una alianza de las civilizaciones y nos damos cuenta que somos nosotros, los latinoamericanos, la semilla española?, ¿como piensan aliarse con el resto del mundo?.
Complicada la tienen para intentarlo por este camino. No queremos ser parte de un problema, sino parte de la solución, que se debe buscar entre los afectados, representados por Faycues y los gobiernos de España y Uruguay.
Es el deseo de los grupos abajo firmantes, comunicar al público en general y sensibilizar a los representantes políticos, el deseo, para que de una vez por todas, el gobierno tome la definitiva resolución de reconocer el vigente tratado de 1870, tratado que era y es, de paz y amistad. Elementos que no queremos que sean solo palabras, si no que se marquen por los hechos, de los que fueron agraciados participes nuestros abuelos.
A eso apelamos, a la mejor memoria de España.
Sin otro particular.

Casa Uruguay-Tenerife.

Asociación Las Palmas.

Casa Uruguay Lanzarote.

Colectivo uruguayos en Fuerteventura.
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LA EMIGRACIÓN A URUGUAY EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX.

El Río de la Plata había sido un territorio escasamente colonizado por España.
La obsesión española por evitar el contrabando y la evasión de metales preciosos había conducido a su precario poblamiento. Pero el avance portugués sobre Uruguay con la fundación de la colonia de Sacramento en 1680 llevó a la Corona española a potenciar la emigración de canarios como forma de cumplir el papel de frontera viva frente a la expansión portuguesa.

Fruto de esa política sería el envío de dos expediciones de 25 y 30 familias canarias que, en unión de unas pocas procedentes de Buenos Aires, darían pie a la fundación de Montevideo.
Una vez más se trataba de compaginar los intereses de las élites canarias, con la consecución de la posibilidad de comerciar libremente con el Río de la Plata, con la política poblacionista de la Corona.
Pobladores a cambio de comercio. Mas los recelos y las presiones llevaron a la inmediata paralización de ese intercambio en 1729. Pudo más en la balanza el miedo al contrabando que ese tráfico ocasionaría y los intereses monopolistas de la burguesía gaditana que la necesidad de impulsar la colonización de un territorio vacío y amenazado como era el uruguayo, por lo que desde ese año cesaron terminantemente las expediciones y con ellas el poblamiento español se vio seriamente afectado.
Los pobladores canarios formaron en Montevideo un ayuntamiento. Pero no fueron beneficiados de forma proporcional a su número en el reparto de la propiedad de la tierra. Peninsulares o bonaerenses acaparaban grandes latifundios ganaderos y obstaculizaban la difusión de la pequeña propiedad agrícola.

Desde los primeros años del siglo XIX, un comerciante santacrucero establecido en Arrecife, Francisco Aguilar, fletó una expedición de 200 lanzaroteños rumbo a Montevideo. Con ella comenzó un período de intensa emigración desde Lanzarote y Fuerteventura hacia ese destino, no interrumpida por los avatares bélicos por los que atravesó la naciente República.
Una expatriación que fue denunciada por las pésimas condiciones de la travesía y la explotación de los pasajeros que tuvo algunas trágicas consecuencias, como sucedió con la realizada por los hermanos Morales en 1836.
Cegados por la codicia y la ignorancia contrataron más plazas que las que podían caber en la nave, por lo que faltaron los víveres y se llegó por el hambre hasta comer carne humana.
Esta emigración se convirtió, pues, en un lucrativo negocio tanto para amplios sectores de las clases dominantes canarias como para ciertos empresarios uruguayos.
Tales expediciones fueron monopolizadas por dos poderosos empresarios de Montevideo: Juan María Pérez y Samuel Fisher, que no se limitaban sólo a negociar el transporte de colonos sino que poseían tierras propias a las que ataban a los pasajeros por las deudas del pasaje o las adquirían en ventajosas concesiones al Estado para destinarlas a proyectos de colonización.
Una estadística de la época cifra la inmigración canaria al Uruguay entre 1835 y 1845 en torno a las 8.200 personas, lo que constituía un 17% de todos los inmigrantes y el 65% de los españoles.
Fue una inmigración que transformó intensamente el interior del país, con un destino preferentemente agrícola.
Entre 1877 y 1900 la emigración hacia el Uruguay continuó, pero no tuvo ya el relieve de la etapa anterior. Se calcula en 5.749 el número de inmigrantes que permanecieron de forma definitiva en la República Oriental. Por otro lado, entre las nuevas arribadas destaca el año crítico de 1878 en el que llegaron 2.951.
Los canarios contribuyeron al desarrollo agrario del país entre 1830 y 1880. Se dedicaron al cultivo de la tierra en los departamentos de Montevideo, San José, Maldonado y Colonia. Pese a ello se ocuparon también en empleos urbanos, como el comercio, o la artesanía, aunque el campo fue su actividad fundamental.
En un país en el que la fiebre ganadera lo ocupaba todo, los isleños expandieron la agricultura. Tal influencia alcanzó en las áreas agrarias tales como Canelones, Colonia, San José y Soria, que hoy en día a los habitantes del primero de los distritos se les sigue llamando canarios y por extensión se les denomina a los de la zona agrícola del sur del país y a toda la población rural.
Los cereales fueron su cultivo mayoritario, actividad en la que estaban adiestrados los lanzaroteños y majoreros por ser su actividad esencial.
Tal especialización convirtió en voz común la expresión de que los uruguayos no sabían plantar sino comer carne y fueron los isleños los que les arrendaron las tierras y comenzaron a cultivar trigo y maíz. Al realizarse la trilla mediante el trabajo colectivo entre los vecinos, nació una costumbre, la compañía, nacida de la solidaridad colectiva entre los paisanos. Esa endogamia de grupo no sólo jugó un papel importante en la producción, sino en los casamientos. Las relaciones de convivencia y parentesco entre los canarios permiten su supervivencia como tales, manteniendo vivos los lazos culturales y familiares a través del tiempo en las zonas rurales del país.
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